Joseba Egiguren | Periodista
«Cuesta imaginar lo que soportaron en el campo de concentración de Orduña»
Nacido en Laudio, aunque residente en Orduña, este periodista con una larga trayectoria profesional en medios de comunicación, sobre todo en EiTB, y colaborador en ``Euskaldunon Egunkaria'' y la revista ``Avnia'', ha investigado en un episodio histórico silenciado: el campo de concentración de Orduña.
Agustín GOIKOETXEA
Alrededor de 50.000 prisioneros de guerra republicanos y gudaris padecieron el campo de concentración de Orduña. En su libro, Joseba Egiguren se encarga de ofrecer detalles acerca de un episodio poco conocido.
Tres años de trabajo y ve la luz este libro, ¿cuál ha sido el principal obstáculo al que se ha enfrentado?
Lo más difícil ha sido encontrar ex prisioneros, porque quedan muy pocos, tienen más de 90 años y están dispersos por todo el Estado español. El otro gran obstáculo ha sido bucear en los archivos civiles y militares en busca de documentos relativos al campo. Por desgracia, la documentación que se guarda al respecto es muy poca y está muy dispersa.
¿El campo de concentración de Orduña tenía unas características propias respecto a otros?
Probablemente la función de todos los campos franquistas en Euskal Herria fue similar, es decir, la reclusión preventiva, la clasificación y la ``reeducación'' de los prisioneros. Lo más destacable tal vez sea la capacidad que le asignaron, 5.000 personas. Era un campo grande.
¿Cuántos prisioneros pasaron por Orduña?
El tránsito de prisioneros fue constante. Por ejemplo, hubo un día de abril de 1938 en el que se registraron 1.111 altas. Lamentablemente no se han guardado suficientes informes o memorias acerca de las entradas y salidas. Así que la respuesta exacta a esa pregunta es una incógnita, pero probablemente fueron 50.000.
Sorprende la presencia de muchos catalanes...
La procedencia de los prisioneros varió en función del desarrollo de la guerra. De ahí que hasta finales de 1937 probablemente fuera muy numerosa la presencia de gudaris que lucharon en Bizkaia, así como de civiles de la comarca del Alto Nervión. Pero a partir de 1938 la mayoría de los cautivos procedían de los frentes de Aragón, Levante y Catalunya.
¿El campo marcó la vida de la localidad?
El campo ejerció una función didáctica sobre la ciudadanía orduñesa. Todo el mundo sabía que en aquel colegio se encerraba a los prisioneros antifranquistas, y que las condiciones a las que se les sometía eran insufribles. La población veía a los prisioneros que iban y venían por las calles del pueblo, y aprendió con rapidez que el único camino que les quedaba era el de la obediencia y la sumisión.
¿El tema de este campo ha sido tabú en la ciudad?
Ignoró la razón por la que hasta ahora no se ha desvelado esta historia. A mí me atrapó al instante, me parece apasionante. Creo que era mi deber investigar lo que ocurrió y divulgarlo. No me parecía justo que todo quedase olvidado u ocultado por más tiempo.
Los testimonios hablan de la crudeza de la vida allí...
Realmente cuesta imaginar las condiciones infrahumanas que tuvieron que soportar. Estaban en manos del enemigo contra el que habían luchado, en la más absoluta indefensión y sin ningún tipo de garantía judicial. Apaleados hasta la muerte en el patio, humillados constantemente, ateridos de frío, sin ropa, medio muertos de hambre, llenos de piojos... Debió de ser horrible.
¿Quiénes se beneficiaron del trabajo esclavo de los presos?
El mayor beneficiario fue el Ayuntamiento, porque utilizó la mano de obra cualificada y dócil de los prisioneros para realizar todo tipo de trabajos. Rehabilitaron varios edificios pú- blicos y privados del pueblo, entre los que destaca el monumento a la Virgen de la Antigua que se alza en la cumbre del monte Txarlazo, el símbolo de la ciudad. El Ayuntamiento, además, ganó dinero con su presencia, recibió 0,7 pesetas por cada prisionero al mes.
Tras su investigación, ¿queda algún punto oscuro en el que profundizar?
Ojalá algún día aparezcan las tarjetas de clasificación y los informes de cada uno de los prisioneros, las memorias con los registros de entradas y salidas, la cantidad real de fallecidos y, en general, el enorme volumen de documentos que necesariamente tuvo que generar un centro como este. Sería de gran interés. A pesar de todo, creo que se ha dado un paso de gigante en el conocimiento de este episodio histórico olvidado durante 75 años, que sin duda fue el más infame del siglo pasado en Orduña.
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